Nosferatu [Comentario breve]

Nosferatu de Robert Eggers reimagina el clásico de Murnau y la novela de Bram Stoker, como un sueño febril gótico. Eggers, maestro de la atmósfera, transforma la historia del vampiro en una tragedia existencial que se debate entre el deseo y la condena, impregnada de texturas visuales que parecen arrancadas de un grabado de Gustave Doré.

Bill Skarsgård, interpreta a un Conde Orlok que combina monstruosidad y patetismo, un ser atrapado entre su hambre insaciable y su añoranza por el deseo humano. Junto a él, Lily-Rose Depp brilla como una figura de fragilidad luminosa, ofreciendo un contraste devastador a la oscuridad que la rodea. Rodada con una obsesión artesanal, la película despliega paisajes inhóspitos y castillos desmoronados, iluminados por luces naturales y velas que amplifican la sensación de lo irreal. La banda sonora, inquietante y etérea, resuena como un canto fúnebre que acompaña el descenso al abismo.

Sin embargo, en el contexto de la filmografía de Robert Eggers, conocida por su meticulosa atención al detalle y su habilidad para tejer atmósferas opresivas, Nosferatu se suma como una pieza sólida, pero no alcanza las alturas de obras como The VVitch o The Lighthouse. Mientras aquellas películas reifrescaron el cine de terror con una audaz mezcla de simbolismo, folklore y psicología, Nosferatu se siente más como un homenaje que como una revolución. Aunque visualmente impecable y cargada de momentos memorables, carece del impacto innovador que definió las entregas anteriores de Eggers, quedando como un ejercicio estético impresionante, pero menos visceral y envolvente en comparación con el resto de su filmografía. 

Mtro. En Historiografía y cinéfilo.

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