Al inaugurarse en nuestro país la fase 1 de la contingencia derivada del virus SARS-CoV-2, una muy breve oleada de condicionamientos invadió las redes en donde se “estimulaba” a los privilegiados que podían quedarse en casa a que durante el aislamiento se debía “salir con un libro leído” o “un proyecto finalizado”, ya que de otra manera el tiempo en confinamiento habría sido desaprovechado.
Para efectos de este escrito voy a simplificar al decir que para mí existen dos caras de la moneda: quienes deben salir a buscar el pan de cada día, y quienes tenemos la dicha de seguir estudiando o trabajando desde casa. Como historiador y como estudiante me he preguntado ¿qué hacer ante los síntomas adversos —insomnio, dificultad de concentración al leer, ansiedad derivada de la sobreinformación— que se manifiestan individualmente en una sociedad que pide reclusión, pero que en el día a día ha manifestado siempre el deseo de rapidez, aglomeración y extenuante trabajo?
La labor del historiador, más allá de la interdisciplinaridad que hoy día requiere, es un trabajo de archivo, de biblioteca, de escritura solitaria. Ante esto, el llamado a quedarnos en nuestro hogar parece un escenario idóneo. Sin embargo, el estar condicionados por una enfermedad que está ahí, sin que la podamos ver, pero que puede manifestarse en algún ser querido que sale a trabajar, hace asfixiante el encierro y la labor de la continua investigación. No generalizo; agradezco y apoyo a quienes continúan con sus labores académicas con buen ánimo y buenos resultados. No obstante, en mi experiencia, y así como la de algunos amigos, la reclusión en casa está siendo una agonía.
Durante la segunda mitad del siglo XX, los estudios académicos han cambiado de enfoque al pasar los reflectores de los grandes personajes las masas, los de abajo, los géneros, a los objetos culturales. La pandemia nos pone en perspectiva, acaso hoy día ante una situación así, y como lo entiendo: lo mínimo es lo mayúsculo. “Quédate en casa”, tan simple como eso.
Y para sanar esa agonía de la que hablé, he acudido a mi propia historia, mi propio pasado, a lo suficiente. Revisando fotos viejas, leyendo apuntes del pasado, arreglando ciertos espacios de mi hogar de los que la historia familiar se había olvidado. ¿Acaso no pueden ser las pequeñas acciones dentro de nuestro hogar los que nos ayuden a aminorar el encierro en cambio de los grandes proyectos? No quiero condicionar nada para quienes tenemos el privilegio de estar en casa; hablo desde mi propia experiencia, y creo firmemente que hoy día con cuidarnos y salir con buen estado de salud de todo esto es más que suficiente.
No espero que de esta pandemia florezca la gran tesis, tampoco espero que después de esto pueda presumir de un alto grado de conocimiento. Ante los síntomas derivados del estrés de la asfixiante forma de trabajo en línea —algo a lo que no estaba acostumbrado—, de pensar que puedo contagiar a mi madre por salir a comprar comida en una zona de la Ciudad de México con un alto índice de infecciones confirmadas y nulas restricciones por parte de la población, ante un escenario así, con ver una buena película y mantener la mente despejada me doy por bien servido. ¿Y de ustedes cuál ha sido la pequeña acción que los sobrellevó a pasar el día de hoy?
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