El segundo largometraje de Manuel Nieto oscila entre dos mundos: entre el bullicio urbano y la quietud campirana, entre la eufórica revolución juvenil y la agotadora lucha obrera, entre la inesperada relación de pareja y el triste cobijo familiar, entre el paroxismo estudiantil y la pesadumbre burocrática. Así, la obra de Nieto, con escenas y secuencias pasivas, despega en efímeros momentos de agresividad musical para dejar al espectador integrado en un reflejo tanto de su cotidianidad como de la vida política de su propio país. Estamos ante una pequeña radiografía latinoamericana.
La premisa de la película es la siguiente: Ariel Cruz (Felipe Dieste) se encuentra en la universidad de Montevideo, donde estudiantes han tomado las instalaciones. Es ahí donde recibe la noticia de que su padre ha muerto. Tras lo anterior, deja Montevideo y viaja a Salto para asistir al funeral del ahora difunto, donde, además de quedarse en casa de su madrastra —o novia del muerto, él no lo sabe con toda seguridad—, se integra al grupo de estudiantes que han ocupado la universidad de Salto.
Conforme va transcurriendo el metraje, el uruguayo Nieto (La Perrera, 2006) nos presenta de manera simbólica la transición de un joven estudiante de psicología a un hombre que intenta redimir el pasado fracturado de su padre. Cuando Ariel llega a Salto, dos situaciones lo acomplejan más allá del velatorio de su padre: la primera son las deudas que este último le ha dejado, y la segunda es su posterior integración a la universidad de Salto.
Aquí hay dos momentos clave. El primero de ellos es cuando se le hace saber sobre todas las deudas que debe saldar, es decir, su primer choque con la burocracia, con las decisiones de hombres con responsabilidades mayores; es, pues, un salto a lo inevitable: la integración a un sistema político/económico del Estado.
El segundo momento clave ocurre durante la ocupación en Salto, cuando los revolucionarios estudiantes se dan a la tarea de hacer un escándalo inconsecuente en la calle. Mientras tanto, Ariel le comenta a su acompañante —futura pareja sentimental— que en Montevideo son más organizados, que no hay tanto desenfreno —desenfreno que podemos constatar en fiestas sin sentido—.
La transición que veo en este momento en la vida del protagonista se da cuando, después de ver tanto descontrol entre sus partidarios, decide obtener el permiso a través del comité de ocupación de dicha universidad para ayudar al sindicato de trabajadores en huelga de hambre instalados en una parroquia cercana. En este punto se da otro encuentro con las responsabilidades mayores, a través del apoyo a los huelguistas.
Tras lo anterior, y después de salir bien librado de tal huelga, el momento de volver a encontrarse con los fantasmas del pasado y con la pesadez administrativa se vuelve inevitable, pues viaja a la hacienda de su padre para marcar el ganado que tendrá que vender para saldar las deudas que le han sido heredadas.
Como mencioné al inicio, los referentes a los problemas en la nación uruguaya —semejantes a los que la mayor parte de América Latina sufre— están ahí: los problemas estudiantiles que se han visto reflejados en los últimos años en diferentes ciudades del continente, la falta de empleo y la abundancia de empleo mal pagado, el pueblo como receptor de los mayores golpes de la alta clase política, y un sector político que parece no ver nada de lo que alrededor sucede.
En la segunda parte de la película, que aquí denomino como la parte “campirana”, el notario (Alejandro Urdapilleta), que fue amigo del padre de Ariel, le hace saber que, para saldar dichas deudas, tiene que vender el ganado que ahora es suyo. Para esto deben trasladarse a la hacienda donde el ganado está combinado, separarlo y así saber qué hacer con él. La decisión completa la maduración de Ariel, o mínimo la entrada a esta etapa, porque de aquí, tras esta primera decisión trascendental, derivarán otras, como la de sincerarse y hablar de un futuro con su pareja sentimental.
Hablando de la parte estética y técnica de la película, durante todo el metraje podemos ver una actuación loable de Felipe Dieste —quien tiene dificultades motrices debido a un accidente que sufrió a la edad de 10 años— y que Nieto aprovecha, porque, más allá de que esto sea una dificultad, lo utiliza como punto fuerte para la trama. Las expresiones tardías del protagonista hacen que la película fluya de manera lenta para intercalar, ya sea con música rock, ya sea con una canción protesta, ya sea con escenas en donde los diálogos suben de tono; ergo, se crean contrapuntos loables.
La fotografía de Hernández Holz no luce, pero tampoco es defectuosa; clásico del cine latinoamericano —y más del cine uruguayo—, con esos toques minimalistas que dan la sensación al espectador de ver una cinta acorde a la realidad, sin mucha edición, muy al natural.
Por otro lado, es notable en la última parte del filme, durante las secuencias en el campo, donde la película tiene una suerte de documental —y nos remite a los más recientes trabajos del director mexicano Carlos Reygadas—, mostrando la naturaleza, la arquitectura, el modo de vida y las formas de expresión rurales, que encuadran para un hermoso cierre de esta denominada parte “campirana”.
Desgraciadamente, exceptuando al protagonista y al actor Alejandro Urdapilleta —quien demuestra su larga trayectoria con una interpretación muy respetable—, los personajes secundarios no adquieren el peso específico que deberían tener. El soporte que brindan parece ser inconsecuente, salvo en el caso de la novia que, al final, parece ser el cometido final de la historia —y que, a mi parecer, demerita un poco lo hecho durante toda la cinta por parte de Nieto, puesto que para el espectador común podría parecer que la cinta gira en torno a esta subtrama amorosa, que queda inconclusa—. Hay escenas que parecen ser simples rellenos, como aquella en la cual Ariel paga por una prostituta, que, como digo, son inconsecuentes.
Al final, la película funciona bien como una radiografía de la situación actual y del pasado reciente de América Latina, como un espejo en donde el espectador encuentra motivos para reflexionar sobre su presente inmediato, tanto de manera personal como sobre su entorno social. Esperemos que, con una mayor producción, Nieto nos regale una obra de mayor ritmo y profundidad.
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