Dos días, una noche es el octavo largometraje de este par de directores belgas, Jean-Pierre y Luc Dardenne, quienes nos presentan una situación que, desgraciadamente, hoy podemos considerar común en varios países del continente europeo —y latinoamericano, ¿por qué no?—: la crisis económica que se vive al otro lado del charco a través de la clase media francesa.
Con Marion Cotillard como protagonista central, la historia gira alrededor de Sandra, quien, tras haber sufrido una profunda depresión, se ha visto relegada de su trabajo al estar inhabilitada un tiempo para su recuperación. Cuando finalmente es dada de alta y está a punto de regresar a laborar, su reincorporación se pone a prueba: su jefe, Jean-Marc, ha puesto a votación su regreso, y en juego está un bono de mil euros o la salida de Sandra de la empresa. La primera votación da como resultado el despido de Sandra.
Tras esto, su amiga y compañera de trabajo le dice que ha hablado con el director de la empresa Dumont, quien acepta escucharla. Al encontrarlo juntas en el estacionamiento de la empresa, acuerdan realizar una segunda y definitiva votación el lunes, ya que en la primera, Jean-Marc había influido en el resultado motivando a algunos empleados a votar por el bono y no por la permanencia de Sandra.
El tema de la cinta es claro: un drama social fundamentado en la economía francesa. Aunque la historia se desarrolla —como bien menciona el título— en dos días y una noche, es decir, un fin de semana, este tiempo es suficiente para que los hermanos Dardenne digan cosas contundentes: luchar de la manera más leal por lo que quieres, necesitas y deseas, sin importar lo difícil que sea. Claro, así como lo he dicho suena demasiado romántico, pero la cinta lo expresa de una manera mucho más sobria y realista.
Sandra, el personaje central —interpretado de manera sumamente interesante por la ya mencionada Marion Cotillard—, debe enfrentarse al rechazo de algunos compañeros que votaron contra ella, a los rezagos emocionales que la depresión le ha dejado, a las consecuencias de su estado de ánimo que repercuten en su esposo (Fabrizio Rongione) y, también, a la necesidad —casi humillante— de ir uno por uno a pedir a sus compañeros que, en la segunda votación, tomen conciencia de la condición económica en la que quedaría si pierde su empleo.
Me ha pasado con Antonio Banderas, Penélope Cruz o incluso con la también francesa Audrey Tautou: ver mejores trabajos actorales hechos en su país de origen que en Hollywood. Lo mismo sucede con Marion Cotillard, quien aquí me parece tan natural que le creo todo. Quizá sea una percepción subjetiva, pero trato de ser objetivo: los momentos en que ella, de un instante a otro, cae emocionalmente debilitada por la depresión me resultan sumamente conmovedores.
Sin más, considero que la cinta vale en la medida en que retrata los problemas actuales de la clase media francesa —y, en general, de buena parte de la población europea—. Es importante porque los directores fundamentan claramente las razones por las cuales unos y otros votan por el bono o por Sandra, mostrando además las condiciones de vida de esta clase media (por ejemplo, la mayoría de los personajes tiene dos trabajos para sobrellevar los gastos familiares). Los giros finales de la trama son suficientes para hacer pasar al espectador por un abanico de emociones. Una película buena en tanto expone de manera amena, y en ocasiones cruel, las condiciones socio-culturales actuales.
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