ONLY GOD FORGIVES (2013)

El noveno largometraje de Nicolas Winding Refn es la ejecución más depurada de lo que logró con su anterior filme: Drive (2011). Si con su antecesora los personajes no terminan de ser homogéneos o bien derivan en caricaturas de lo que pretendían ser, en Only God Forgives están tomados con “pinzas” y plasmados de tal manera que cada uno cumple una función consecuente y congruente.

La premisa de la cinta nos sitúa en Bangkok, y la historia inicia con Julian (Ryan Gosling), dueño de un club clandestino de Muay Thai. Julian, al igual que su hermano Billy (Tom Burke), es un traficante de drogas radicado en aquellas tierras. La situación detona cuando Billy, un hombre sumamente violento, mata a una niña de 14 años y es ejecutado por este crimen de una manera por demás sangrienta, a manos de un policía que parece ser invencible. A consecuencia de esto, la madre de los hermanos llega a Bangkok y le encomienda a Julian la venganza de su hermano. Así comienza la cacería.

Si uno ve Drive y posteriormente Only God Forgives, parecerá que en el fondo es lo mismo: una muerte es consecuente de una venganza. Si es así, ¿cuál sería el mérito de esta cinta? Bien, yo le digo que son muchísimos y mayores los méritos que los de Drive. Por una parte, en esta cinta las luces de neón y los interiores forman casi en su totalidad el cuerpo del filme; bares, prostíbulos, talleres, etc., obligan a conformar una estética nocturna, oscura, que luce por la impecable fotografía y una carga significativa fuerte. Así, las luces se convierten en un agente del filme, no solo en un apoyo decorativo, sino que cumplen una función específica: desorientar al espectador y aturdirlo.

Por otro lado, la estética y la dirección de Refn remiten a Lynch. La narrativa es lineal, pero está llena de momentos abstractos que desorientan un poco al espectador; no por ello la atención se pierde, sino que parece causar una sensación de extrañeza que invita a seguir centrado en el filme. Este noveno largometraje deja entrever algo que se percibía con anterioridad en la filmografía de Refn y que aquí está, por demás, explícito: la violencia. Al final, es una manera de Refn de mostrarnos las consecuencias de nuestras acciones, y al hacerlo de una manera explícita, busca poner énfasis en ello.

También, a diferencia de Drive, aquí los personajes no se desdibujan; al contrario, en cada momento quedan mejor establecidos. Ryan Gosling, con esa expresividad contenida, luce mucho, pero es Kristin Scott Thomas, en el papel de la terrorífica madre, quien se lleva las palmas. Además, un punto importantísimo del largometraje —y por el cual se potencializan las cintas de Refn— es la banda sonora, musicalizada de nueva cuenta por Cliff Martinez. Si en Drive ya habíamos visto un ensayo que no llega a la perfección, ahora lo volvemos a ver de mejor manera. Podríamos estar hablando de un futuro clásico, pero esperemos al final de la década para establecer ese punto, pues, como diría uno de los más grandes críticos de cine actuales, palabras más, palabras menos: “porque los clásicos instantáneos no existen, ni que fuera Nescafé”.

Mtro. En Historiografía y cinéfilo.

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