Materialists

Materialists, el nuevo filme de Celine Song (Past Lives, 2023) distribuida por A24, se promociona como una comedia romántica; sin embargo, la película es en gran medida una romcom interpretada con absoluta seriedad. Se trata de un drama romántico-social afilado y reflexivo, repleto de observaciones reveladoras sobre cómo vivimos hoy y hasta qué punto esto está —o no— conectado con la forma en que siempre hemos vivido. Este nuevo filme dialoga con las comedias románticas clásicas de autores como Nora Ephron, James L. Brooks y Billy Wilder, al tiempo que aborda inquietudes contemporáneas como la ambición y el éxito.

Lucy (Dakota Johnson) es asesora de citas en Adore, una empresa que promete a cada cliente: “Te vas a casar con el amor de tu vida”. El servicio intenta cumplir esa promesa tomando en cuenta lo exigentes que pueden ser sus usuarios. La protagonista es una verdadera experta en las matemáticas del amor: responsable de nueve matrimonios exitosos, confidente y terapeuta eficaz de quienes la contratan.

El objetivo de vida de Lucy es claro: o muere sola o se casa con alguien extremadamente rico; para ella, ambas opciones tienen prácticamente el mismo valor. Su vida da un giro cuando se ve dividida entre dos pretendientes con realidades económicas opuestas. Detrás de la puerta número uno está su “príncipe”, Harry (Pedro Pascal), un hombre mayor y adinerado del mundo del capital privado, ansioso por conquistarla y llevarla a su ático de 12 millones de dólares. Tras la puerta número dos está John (Chris Evans), su exnovio pobre, que reaparece la misma noche en que conoce a Harry. John es camarero, vive con compañeros de piso desordenados y persigue una carrera como actor. Algún tiempo atrás, Lucy rompió con él porque no podía imaginarse junto a alguien incapaz de ofrecerle estabilidad económica y un ascenso en la escala social.

Ese es el dilema que la acompaña mientras pasa tiempo con estos dos hombres tan distintos: ¿casarse por amor o por dinero? Para crédito de Celine Song, ninguna de las dos opciones resulta claramente indeseable. Ambos son atractivos y encantadores. Ambos la apoyan y la tratan con respeto. Y durante gran parte del metraje, es fácil imaginar que Lucy podría terminar con cualquiera de ellos.

El dinero, señala Song repetidamente, no es simplemente un tema secundario; es una fuerza que impulsa las relaciones, incluso las más sanas y honestas. Cualquiera que haya tenido una amarga discusión por dinero con un ser querido puede entenderlo. Muchas películas, sin embargo, parecen pensar lo contrario.

No hay que remontarse demasiado en el tiempo para verlo. Como Lucy le dice a una clienta nerviosa minutos antes de su costosa boda, el matrimonio siempre ha sido, en el fondo, una transacción comercial: antes implicaba un par de cabras entre familias, luego una dote, y hoy una negociación más difusa de activos materiales e intangibles. Salir con alguien, en la actualidad, implica atravesar una sucesión de juicios, preferencias, logística y rechazos que solo parecen intensificarse cuanto más tiempo se permanece en el “mercado”, como suele decirse en la película.

Lucy y su agencia de emparejamiento abordan las relaciones con términos como “optimización de activos” y “gestión”, buscando un “buen partido” que “cumpla con todos nuestros requisitos”, navegando entre “no negociables” y dealbreakers que con frecuencia llevan signos de dólar. (Como se trata de un servicio de citas de pago, la clientela tiende a ser adinerada).

Materialists es una historia de amor en la era de la elección infinita y el control obsesivo, cuando muchos creen que pueden diseñar y guionizar su propia vida. En el fondo, la película reconoce, sin decirlo abiertamente, que en esta nueva edad dorada de la aspiración, con el dinero cada vez más concentrado en la cima, el “romance” se ha convertido, para demasiadas personas, en una competición por entrar en los estratos superiores. (Cuando en las oficinas de Adore celebran, con una fiesta ritual, el noveno emparejamiento de Lucy que termina en boda, es como si festejaran una fusión empresarial). Cada vez más, la percepción es que es todo o nada. Es fácil entender el impulso de Song para escribir algo como Materialists: cuestionar qué valoramos y cómo percibimos nuestro propio valor, y hacerlo a través de personajes que piensan y hablan de emparejarse con la frialdad de quien resuelve una ecuación.

Durante el primer tercio de la película vemos un flashback de Lucy en su cita de quinto aniversario, que termina en un desastre cotidiano causado por la mala planificación y la tacañería. El mensaje es contundente: en el romance, el dinero importa. La falta de éxito de John es dolorosamente real, y también lo es el hecho de que esta fuera la razón por la que su relación con Lucy terminó. En el presente de la película, John —treintañero— vive en un apartamento estrecho con compañeros de cuarto que le piden prestado el cargador y dejan condones usados en el suelo. Por otro lado, Pascal, con un aspecto seductor, resulta irresistible como magnate de las finanzas que, milagrosamente, parece ser tan amable como privilegiado. Es lo que Lucy y el equipo de Adore llaman un “unicornio”: el hombre perfecto que todas buscan.

Y así, nuestra historia de amor triangular avanza por un terreno complicado. Harry no quiere ser cliente de Lucy: la quiere a ella. —“Las matemáticas no cuadran”, protesta la protagonista. “Soy el tipo de chica con la que te vas a casa una vez y nunca vuelves a llamar.” Pero Lucy se deja cortejar. ¿Cómo resistirse a un dúplex de Tribeca valorado en 12 millones de dólares?

Materialists, como su título lo indica, explora la búsqueda del amor en un mundo material, una historia tan antigua como el tiempo. Es el tipo de relato en el que cínicos como Lucy solo pueden interpretar las relaciones románticas en términos de jerga capitalista: las personas solteras son evaluadas por lo “competitivas” que resultan en “el mercado”; quienes cumplen con ciertos atributos superficiales de deseo (riqueza, buena forma física y una edad determinada) son considerados “unicornios”; y la compatibilidad matrimonial se calcula como una ecuación en la que “las matemáticas deben cuadrar”.

Esa escena en la boda de Charlotte transmite una ansiedad muy contemporánea, la misma que se refleja una y otra vez en artículos de opinión, podcasts sobre relaciones, programas de citas y en la vida cotidiana. Allí, algunas mujeres sienten que deben conciliar sus valores progresistas con las exigencias de una sociedad capitalista y, al mismo tiempo, con el impulso de adaptarse a la heteronormatividad en sus experiencias románticas. La presión por formar pareja en busca de seguridad financiera sigue siendo, en cierta medida, tan intensa como lo era en la época de Jane Austen.

En una subtrama de la película, Sophie (Zoe Winters) comenta que se lo pasó genial en su cita. Lucy, entusiasmada, llama al hombre, pero él no la llama de vuelta. “Tiene 40 años y está gorda”, dice. Lucy le asegura a Sophie que pronto encontrará y se casará con el amor de su vida. Sin embargo, en privado, admite a su colega que tal vez no exista un hombre que “solo quiera una buena chica”. Salir con alguien hoy en día es complicado.

Adore no es una aplicación de citas en línea, pero el servicio que ofrece refleja el cambio de mentalidad que trajeron las plataformas digitales de encuentros, las cuales transformaron el paradigma del “romance” en un centro comercial infinito. La búsqueda del amor se convirtió en una experiencia similar a ir de compras. Podría decirse que siempre fue así, pero quienes tenemos edad suficiente para recordar cómo eran las citas antes de Internet podemos dar fe: no, no lo era (al menos, no de esta manera).

Celine Song, quien basó el guion en sus seis meses como matchmaker profesional a mediados de la década de 2010, convierte esa experiencia en diálogos afilados que reparten críticas por igual. Los clientes de Lucy —tanto mujeres como hombres— mantienen estándares imposibles (algo que la película retrata en ingeniosos montajes), intentando reunir todas sus características ideales en una sola persona. La propia protagonista lo reconoce: “No creamos seres humanos”. Hombres de más de cuarenta creen que las mujeres de treinta son demasiado complicadas; las mujeres, por su parte, ni siquiera miran a un hombre que mida menos de 1,80 m. Las expectativas de todos son desmesuradas. La película, a través de distintos clientes, sugiere que priorizamos lo que deseamos encontrar en el otro antes de realizar una mirada introspectiva sobre lo que nosotros mismos podemos ofrecer.

En el terreno técnico, el director de fotografía Shabier Kirchner captura una nostalgia persistente en la luz cambiante del sol y en la sencillez de unas bombillas blancas colgadas en un jardín por la noche. La banda sonora de Daniel Pemberton aporta glamour y energía vibrante en los primeros compases, para luego teñirse de suspenso y peso dramático a medida que avanza la trama. El estilo visual de Song es exuberante y perspicaz; basta con observar el envidiable guardarropa de Lucy —un minimalismo profesional impecable— diseñado por Katina Danabassis.

Si gran parte del debut de Song Past Lives (2023) se encontraba en lo tácito y en los silencios profundos, Materialistas se desarrolla en lo hablado. Song se apoya en su experiencia como dramaturga para construir un guion denso, ingenioso y verborrágico, plagado de tesis contrapuestas sobre las relaciones modernas.

Mientras Past Lives retrataba con dolor la añoranza sublime de los amores de juventud a través de las realidades de la distancia, el tiempo y la madurez, este segundo largometraje de Song moldea los deseos de una matchmaker y de sus múltiples clientes bajo un realismo brutal, con un efecto fascinante, aunque a veces desconcertante.

En su primer largometraje, Song, ya mostraba una gran habilidad: la clásica dinámica de dos-chicos-y-una-chica se ligaba allí a cuestiones punzantes de identidad étnica y cultural; la escena más conmovedora retrataba a un personaje sentado en silencio mientras los demás conversaban en un idioma para él impenetrable. En Materialistas, las tensiones y la psicología son de clase, y el ritmo que adopta es el del screwball1. “Debes saber mucho sobre el amor”, le dice Harry a Lucy, midiéndola. “Sé mucho sobre citas”, replica ella. Aquí, el idioma no es otro que el capitalismo voraz.

En Past Lives, Nora (Greta Lee), se reencuentra brevemente —o más bien, complace— a su ex, Hae-sung (Teo Yoo), durante una visita a Nueva York desde Corea del Sur. El filme sugiere que él aún guarda sentimientos hacia ella, aunque Nora ha seguido adelante y se ha casado con Arthur (John Magaro). En Materialistas, la protagonista finalmente opta por su antiguo novio, aparentemente priorizando el amor verdadero por encima de las comodidades materiales.

La película se resuelve en una conclusión fácil, aunque es difícil reprocharle a una comedia romántica que, eventualmente, muestre su corazón. Inconsistente, pero nunca insustancial, Materialistas está lejos de ser perfecta, aunque eso no significa que no valga la pena darle una cita.

  1. Screwball es un subgénero cinematográfico del género de la comedia romántica muy popular en Estados Unidos durante la Gran Depresión, que surgió a principios de los años 1930 y siguió predominando hasta finales de los 1940 ↩︎

Mtro. En Historiografía y cinéfilo.

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