Como el avance médico que llega tras cien cirugías de relativo éxito, The Knick quizá sea el punto
más alto de Steven Soderbergh. En sus dos temporadas no sólo se ha presentado como una serie
intensa, además, exhibe asertividad y pulsión, esto a pesar de tener mucho de telenovela
―argumentalmente―; sin embargo, el aspecto formal (la dirección) lo redime de todo.
Una secuencia al mero estilo posmoderno abre la serie, en ella nuestro protagonista, John
Thackery (Clive Owen), sube a una carreta que lo llevará a The Knickerbocker, el hospital que da
título a la serie. Su trayecto, el cual debe ser el más largo acorde a su propia petición, sirve como
momento ideal para una inyección de cocaína en el pie, mientras una deslumbrante banda sonora
electrónica acompaña la escena. Apabullante.
Ubicados en Nueva York en el año 1900, este hospital es el epicentro del progreso y modernidad a
través de la ciencia como lo era común a finales del siglo XIX y principios del XX; sin embargo, este
símbolo de modernidad científica no es más que una excusa para exponer el atraso social
―respecto a Europa― presente en forma de racismo y traición a la ética y la moral.
En sus puntos más altos, The Knick crea una atmósfera de droga y de malestar mental en extremo
inquietante, la serie es sobre las barreras que debe romper la innovación en múltiples niveles, de
cómo gana la inteligencia entre la sangre y el lodo, así como lo hace Soderbergh en compañía de
Cliff Martínez, quien está cargo de la banda sonora y que está convertido en un profeta sónico.
Lo cierto es que una de las maravillas de la serie es imaginar la manera en como Soderbergh
amplía dimensiones en los personajes que el guion jamás soñó, en ese sentido, la cámara es la
obra. Como en el episodio ocho de la primera temporada, donde la edición rápida ―seca y
accidentada― en la convención médica captura la paranoia narcisista de la cocaína o el momento
cuando por fin logran concretar la operación de placenta. Ese sí es el espíritu humano a full y no
pedazos
Qué manera tan contundente de Soderbergh de reclamar con The Knick la admiración que muchos
le negábamos. Eleva lo que en otras manos sería una telenovela a estadios mayores a tal grado
que ha hecho cambiar de opinión a críticos de cine como Emily Nussbaum de New Yorker. [1]
.
Soderbergh, al igual que su protagonista tras un día agotador en el set, después de correr,
agacharse, saltar y hacer de todo con cámara en mano, debería poder relajarse y ser él mismo, en
un fumadero chino de opio.
1 Emily, Nussbaum, “I changed my mind about The Knick”, en The New Yorker, en línea
http://www.newyorker.com/culture/cultural-comment/changed-mind-knick, [consultado 17 de Febrero de 2017.
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